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Chau invierno

Publicado el 17 de septiembre de 2024

Si alguna vez conectaste con esta playa en días de bajas temperaturas, de viento sur y heladas interminables y conociste Reta más allá de la temporada estival, estas palabras son para vos. Crónicas del mar, décimo tercera entrega.

Se está yendo el sol de un cielo que además de diáfano está Xeneize, porque se cruza una rama amarilla de tamarisco. En el último ratito que paso hoy al aire libre, me quedan las treinta páginas finales de "Los llanos".

Entre mate y mate me doy cuenta que me sale aire frío de la boca. Morgan, a mi lado, me mira y sonríe. Me duele el cuerpo: ya llevo días desmalezando, paleando y removiendo yuyos y pastos agarrados con fuerza a la tosca; planté tamariscos que echaron raíz en agua, trasplanté romero, un pino, plantitas de aloe vera y gasanias; toqué tanta tierra y ramas como corresponde en los meses sin erre.

Sigo leyendo y empiezo a sentir la helada que hoy va a caer temprano. Federico Falco dice: “Una palabra no doma el cuerpo. Ninguna palabra doma la pena. Ninguna palabra la espanta. Ninguna palabra la logra decir de verdad”. Me quedo ahí, latiendo en la sentencia tan cierta. Necesito enfocar otro punto del horizonte, pero al elevar la vista veo la columna de madera a mi derecha: despintada, seca, empieza a corroerse y otra vez frente a mí aparece la comprobación de que el tiempo se escurre. Es mentira que en los pueblos el tiempo se detiene: en invierno, el mar y su aire hacen que no lo olvidemos.

Entro la leña a la casa, enciendo el termotanque y prendo, ejercitando la paciencia invernal, la salamandra. El ritual que viene a decirnos que cada cosa tiene su momento.

El invierno me encanta, me atrapa, no me asusta, no me enfría. Desde que viví mi primer invierno en Reta y aprendí de leña y de salamandras, de intentar una y mil huertas y tratar de proteger hasta la más insignificante planta de una cruel helada, desde que sentí todos los días y no solo en una escapada el viento frío en la cara mientras admiré los colores del mar mutando en la mañana, desde entonces, el invierno no me parece menos importante que el verano. No es uno o el otro.

El invierno me recuerda que todo pasa, que nada es eterno, salvo el mar, con su inmensidad inquieta esperándome siempre. El frío del invierno me hace entender que todo lo fugaz, como un amor de verano, se diluye cual espuma en la orilla y que solo lo que se cuece lento puede atravesar las temperaturas que hielan los huesos.

El verano me libera pero el invierno me da la introspección que inspira las buenas decisiones. Trae de la mano el silencio, tan necesario. Por eso no podría vivir aturdida en el calor todo el tiempo. Necesario el calor, también, y nadar con poca ropa, o con nada, sin morir en el intento. No reniego de él; los quiero a los dos.

El invierno invita a mirar para adentro, revisar, corregir y cuando se van yendo las heladas y amanecen los primeros brotes de la primavera entonces sí llevar los planes al terreno de la acción. Y así prepararse para el calor. Como lo hace quien termina de pintar y equipar su primera cabaña para alquilar en temporada o como la familia que abre un nuevo negocio y cocina para que otros se deleiten en esos merecidos días de descanso.

Chau Invierno, te voy a extrañar igual, aunque en este pueblo de mar ya anhelamos el Verano y mientras está por llegar la Primavera todo parece volver a la vida y se renuevan los colores, el paisaje y las fuerzas. Se enciende el motor para seguir soñando que todo lo que viene cuesta arriba también va a pasar.

Texto y foto: Daniela J. Barrera - Pueblo Reta ©

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