Verdi
Publicado el 18 de junio de 2022
Crónicas del mar: novena entrega, una sobremesa de invierno. Historias basadas en hechos reales y escritas en Reta.
Escribir a veces duele tanto y otras, tantas otras, es un regalo de los más placenteros que nos da la vida. Gratificante, también. Sin embargo, en el deseo de contarles lo que el corazón galopa y los ojos contemplan a veces no me alcanzan las letras, escasean las palabras para ponerle nombre a tantos detalles inenarrables.
Viene Verdi, picotea. Escucho a las cortaderas chocar unas con otras y agitarse al viento. Los veo: a los plumeros las lluvias los dejaron flacos, pero son muchos. Cuánto cambia el paisaje cada vez que se pela un terreno y esa vida que los habitaba se queda muda.
A lo lejos, una ola rompe en la orilla y mi oído confirma que los sentidos están vivos.
Esa conjunción de paz y alegría que delatan las caras de Morgan y Cleo son lo que define que esto es el paraíso. Un rato, unos días, unos años o una vida. Por los instantes que se llevan todo, por esos vale la pena vivir. Me corrijo: vale la alegría vivir. Lo que duele no va a dejar de doler, pero la sequía va a pasar y esas gasanias volverán a florecer. Y algún día, algún instante, el color de sus pétalos me bastará para tomar aire y volver a respirar.
“Yo no sé lo que es el destino / caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino / yo me muero como viví...”, canta Silvio.
Las pausas y tu boca abierta al sol: te quedaste dormido y eso es magia. A mí me da risa -como un sinónimo de ternura- verte dormir mientras el sol te grita en la cara y el viento prefiere acariciarte. Y yo sonrío, porque te veo entregado a tu voluntad, con tu mano derecha sobre una pierna y la otra, abierta, sostenida por el apoyabrazos de la reposera. Tan cómodo, estás como en pausa, tu boca sigue abierta. Y a mí me encanta descubrirte y que no me descubras. Que la calma sea nuestra y el sol cálido de invierno, un aliado. Que los lentes polarizados escondan tus ojos pero yo igual sepa que son verdes, como Verdi, mi pájaro preferido desde que lo descubrí en este rincón del sur bonaerense. Que Morgan custodie el norte y que Cleo te cuide y su trompa entregada descanse bajo la sombra de la mesa, que aún guarda los restos de nuestro almuerzo. Que sienta el calor y busque la sombra, rasque el pasto con sus garras y vaya hacia la frescura de la arena, que se haga un bollito después de la tercera vuelta y se acueste otra vez a tu lado y que mire el horizonte con sus orejas decoradas de pintitas levantadas mientras tu boca sigue abierta y tu voluntad disfruta seguir durmiendo al sol. Y que Verdi robe los restos de morcilla que se enfrían sobre los fierros de la parrilla con sus cenizas apagándose.
Acá todo puede estar en pausa. Y está bien. Hay una relación tiempo - espacio que nada tiene que ver con el apuro. Y hay un silencio que solo se escucha si aprendemos a oír.
Yo no sé cuánto mérito es del sol, ni cuánto del vino; cuánto va por cuenta del amor ni cuánto por la literatura. Sólo sé que acá hay un instante y que estar vivos tiene sabor a esto.
Texto y foto: Daniela Barrera
Si te gustó nuestro contenido, podés compartirlo mencionando la fuente. Y si querés y podés dejar tu aporte, hacelo desde mercado pago aquí