Soñé que te abrazaba
Publicado el 27 de noviembre de 2020
Crónicas del mar, cuarta entrega.
Texto y fotos: Daniela Barrera
Hace unos meses volví a Reta, habiendo extrañado tanto mi mar y ese cielo explotado de vía láctea; a mis vecinos, el pan de Fabián y los alfajores de Delicias; la luna llena gigante saliendo desde el horizonte del agua; la miel de Los pinitos y los helados de La Fran compartidos en largas sobremesas con Marina y Daniel, las acacias en flor y el aroma a eucaliptos; los ravioles de Barbeta y la puesta del sol única y distinta cada atardecer; todo en el mismo plano de igualdad; porque cuando extraño el que no distingue es el corazón.
Llegué a casa y enseguida me crucé con Susana y Alfredo, que me daban esos abrazos de oso, fuertes como el de un tío o un abuelo cuando era niña. Charlamos, nos pusimos al día sobre apenas unas pocas de las tantas cosas que nos atravesaron este año y que por teléfono parecen perder importancia. Pero enseguida me sobresaltó una advertencia tan fuerte que me despertó: en el sueño me daba cuenta que no tenía puesto el barbijo. ¡Qué locura!, pensé. Y fue tan intenso el impacto de esa revelación que, entre las risas y ese dejo de nostalgia con el que te recuerdo cada vez que estoy lejos, los brazos se me estremecieron. Es que, Reta, soñé que te abrazaba. Te abrazaba en los ojos vidriosos de mis vecinos, en las ganas de volver a verlos y constatar -sí, con mis propios brazos- que estaban bien. Que sobrevivieron a esta pandemia que nos alejó y nos puso en jaque las costumbres, los miedos y también la empatía.
Había comenzado el invierno y recuerdo que le dije a Luqui -que andaba recolectando sueños para armar una narración que pasarían en la radio- que lo que publicamos en redes sociales, queramos o no, está siempre a la espera de la lupa del otro. Le conté un sueño que tenía que ver con la risa y después le conté que estaba escribiendo este otro y la conexión no podía ser más cósmica (sí, con s entre la primera y la segunda sílaba): tanto será que el discurso en las redes me preocupa -pero sobre todo me ocupa- que con ese disparador nos quedamos rebotando en la idea de que estos espacios nos imponen y cambian las formas de comunicarnos día tras día, sobre todo si estamos lejos, pero que hay que rescatar que si con lo que hacemos podemos transmitir un cachito así de alegría, entonces, le habremos ganado al sistema. Y que los odiadores de todas las latitudes sigan regodeándose en la nada que les deja la amargura, que mientras a Reta le pongamos amor siempre vamos a querer volver.
Pasó el tiempo, algunos sobrevivimos y ya no somos los mismos. Ya entendimos que ganarle al sistema no es vencer en una discusión, ni contestar un comentario agresivo, ni abandonar los sueños porque alguien nos ganó. Ganarle al sistema es esto. Y ahora viajo para volver a tu encuentro, Reta. Y yo, vecina querida, quiero que sepas que no sé cómo voy a hacer, barbijo mediante, para no abrazarte.
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